Las Cuatro palabras “f” (relacionado al inglés “the Four "f" words)

por Elizabeth (esposa del Hermano Serephah)



Había pasado un año, quizás incluso dos, desde que mi marido, durante uno de sus experimentos alquímicos, había inundado la construcción anexa que nos sirve de dormitorio, biblioteca, clínica de masajes, laboratorio y almacén. Había puesto en marcha un proceso de destilación y, tras varias horas, abandonó la sala durante unos 90 minutos mientras asistía a una clase de MTC (Medicina Tradicional China). Al volver a casa, descubrió con horror que el tubo que hace circular el agua por la columna de destilación se había salido. La manguera se agitaba salvajemente mientras el agua brotaba, sin parar, durante la mayor parte de una hora. El suelo y las alfombras más cercanas al fregadero y algo más de la mitad de la habitación principal quedaron empapados.

Avancemos rápidamente hasta el 9 de mayo de 2012. Apenas había regresado a casa después del trabajo. Mi marido está en el laboratorio destilando el alcohol de un vino que había elaborado recientemente con agua, azúcar y unas 16 latas de zumo de uva Welch's. Me puse a pensar que sería bueno añadir algunas ortigas verdes frescas a la sopa que yo había estado cocinando a fuego lento durante todo el día, por lo que me encaminé a recoger un puñado de ellas.

Satisfecha después de recoger varias tazas de ortigas, comencé a recorrer el camino de vuelta a casa. Y entonces oigo el aterrador grito de "¡Fuego... fuego... fuego... fuego!" con la inconfundible voz de mi marido. Una pequeñísima parte de mí intentaba convencerse de que tal vez era otra persona la que gritaba... tal vez estaba equivocada. Pero no... cuando me fui, él había vuelto a destilar alcohol para uno de sus trabajos de laboratorio de alquimia... y así, corrí hacia la casa. (Nota para mi misma: las botas de goma no son buen sustituto de un par de zapatos decentes para correr). Me siento como si mis piernas fueran de goma... imágenes horribles llenan mi cabeza y todo lo que puedo pensar es, ¿qué manta puedo empapar en agua para tirar sobre el infierno que seguramente está quemando nuestra casa en este mismo momento? Llego a la entrada de mi casa justo cuando mi vecina, Megan, del otro lado de la calle, llega con su teléfono móvil enganchado a su cabeza en medio de una llamada al 911, con su ovejita a cuestas.

La oigo decir: "No sé qué emergencia es. He oído a alguien gritar ¡Fuego!". Una vez que llegamos a la mitad del camino de entrada, vemos a mi marido, desplomado en la puerta, con el extintor a su lado, con la cara tiznada y desencajada.

Le grito: "¿Qué demonios ha pasado?"

Seguidamente nos cuenta la historia de cómo había estado destilando alcohol de 160 grados a 180 grados en una columna de vidrio, que no había probado y ademas era diseñada por un amigo. La presión en esta unidad de extracción especial empezó a llenarse de harina de maíz en cantidades excesivas. De golpe, el corcho saltó y, como estaba destilando una cantidad tan grande de alcohol, éste comenzó a borbotear, derramándose por la encimera, por detrás de los armarios y por el suelo. Al introducirse a la placa calefactora, anaranjada por la temperatura elevada calor, el alcohol exploto con un fuerte "WOOF". En ese instante, toda la esquina de la habitación estalló en llamas. Fue en ese momento cuando mi marido pensó a sí mismo: "La propietaria me va a matar". Enfrentado con este pensamiento soltó sus gritos en pánico de “FUEGO”. Corrió hacia la casa principal para coger el extintor que estaba junto a la puerta. Sí... ahora sabe, después de una larga y muy detallada diatriba, completada con una enfurecida gesticulación italiana, que tal vez el extintor esta mejor colocada junto a las zonas de alto riesgo o, al menos, en el mismo edificio de los posibles brotes de incendio. Referencia futura.

A estas alturas, la vecina les está diciendo a los bomberos por enésima vez que sus servicios no son necesarios, ya que el incendio se ha extinguido con éxito. Como siguen insistiendo, finalmente se harta y les cuelga el teléfono. Le devuelven la llamada y ella deja que salte el buzón de voz. La crisis ha quedado resuelta, todos nos abrazamos y compartimos una risa nerviosa, luego recoge a sus ovejitas, ahuyenta a nuestros perros Jack Russel que ladran y vuelve a casa cruzando la calle.

"Mira esto", dice mi marido, conduciéndome de nuevo a través de la asquerosa sala nublada por los productos químicos. Saca un libro encuadernado en rojo de la estantería: "La única baja", me dice. Al girar el lomo chamuscado hacia mí, leo: "La Creación del Fuego". Los dos nos reímos, salimos de nuevo del edificio y mi marido se pone en marcha hacia la casa.

"¿A dónde vas?" Pregunto con desconcierto.

"Oh, sólo voy a entrar en la casa y ponerme en el ordenador un rato".

"No, no, no, no", digo, sacudiendo la cabeza enfáticamente. "Hay una razón por la que los bomberos se quedan toda la noche después de apagar el fuego. Puede reavivarse. Quédate aquí y sigue vigilando".

Esto es una novedad para mi marido, así que vuelve a entrar en la sala cargada de productos químicos, tosiendo y mirando con asombro su alrededor. Lo primero que nota al abrir las puertas del armario inferior es que dos cajas de cartón llenas de papeles están ardiendo. Despues de trasladarlas con cuidado al exterior, se pone a trabajar con el buenísimo extintor ABC. Lo dejo y vuelvo a la casa, más que agitada, para continuar esforzándome en la cena. Las ortigas se han enjuagado y oigo la primera de las sirenas. "Por favor, no", me digo. "Que sea por otra cosa". Pero, por desgracia, no. El comandante de bomberos había llegado, aparcando su camión de color rojo brillante (para que lo vean todos los vecinos) en una esquina de nuestro portal, para que ninguno de nosotros se atreviese a escapar.

Lo que no sabía era que los bomberos, al sospechar que se trataba de un laboratorio de metanfetamina, habían llamado a la policía. Afortunadamente, entre los bomberos voluntarios se encuentra un buen amigo, Bob, que arguyó fervientemente en nuestra defensa, por lo que no se envió a la policía. Poco después de la llegada del comandante, llegó un camión de bomberos de verdad. Sí, sirenas y luces encendidas.

Me quedé dentro de la casa pensando que era mejor que mi querido marido se ocupara del desastre que había provocado. Decir que estaba avergonzada sería un eufemismo monumental. Megan, nuestra vecina de las ovejas, entra a buscarme. Se disculpa profundamente por haber llamado a los bomberos. Le digo que no se preocupe y que estoy sinceramente agradecida por su rápida actuación, ya que podría haber sido, fácilmente, algo muy serio. Me dice que el bombero le está gritando a mi marido algo así como: "Es la tercera vez que te digo que SALGAS del edificio". Mi marido me cuenta después que pasó un momento muy incómodo mientras intentaba explicar exactamente lo que estaba haciendo y por qué tenía todos esos peligrosos productos químicos en la habitación. Al parecer, los alquimistas de hoy en día no son tan comunes como uno podría pensar. Finalmente, los chicos de los bomberos determinan que todo es seguro y se marchan.

La habitación es un desastre. Una película química blanca cubre todas las superficies de la habitación.

"Empiezas a asustarme", le confieso.

Tres días después

Es un hermoso y soleado sábado aquí en la isla de Denman. Mi marido y yo hemos quedado con una vecina de la calle, Harlene. Tiene una enorme cantidad de ruibarbo que amenaza con apoderarse por completo de su jardín y hemos accedido gustosamente a quitarle 25 libras. Mi marido, por el contrario, tiene el corazón puesto en la elaboración de otro lote de alcohol; ¡mucho más para destilar para sus experimentos de científico loco! Volvemos a casa después de llenar dos cubos de 5 galones y me pongo a trabajar en la cena y el postre mientras mi marido empieza a trocear y hacer puré con el ruibarbo y a llenar la cuba. Mi hija menor, Guinevere, está en el trabajo, pero como su novio, Tristan, está en casa, lo recluto para que me ayude a hacer las empanadas.

Mientras él prepara las deliciosas empanadillas, yo me pongo a hacer el arroz pegajoso chino y las verduras salteadas. Guinevere llamó justo cuando estábamos a punto de sentarnos diciendo que había terminado de trabajar y que si podía recogerla. Por supuesto, podía; así que después de recogerla, nos sentamos todos a disfrutar de la comida. De postre, devoramos el delicioso crujiente, aún caliente del horno, cubierto con helado de vainilla.

Después de la cena, estoy ordenando un poco cuando mi marido entra con la cabeza gacha y me pide que le acompañe un momento. Inmediatamente miro si los dos perros están en el salón, preocupada por su tono de que haya ocurrido algo terrible. Rosie y Orion están en sus camitas, así que después de dar un suspiro de alivio le sigo por la puerta principal. Mi marido se tira al suelo inmediatamente y me tiende la mano. Me siento a su lado y me rodea con sus brazos, llorando y diciendo que lo siente mucho. "¿Qué es, qué ha pasado?" Pregunto, confundida y profundamente preocupada.

No dice nada durante varios latidos de corazón y empiezo a preguntarme si volverá a hablar. Finalmente, pronuncia las palabras. "He vuelto a inundar la habitación. Pero esta vez... es REALMENTE GRAVE". A primera hora del día, había salido a llenar el cubo para limpiar el desastre químico que había dejado en la cristalería de su laboratorio. Pensando en algo que necesitaba de la casa, se fue con la intención de volver en un minuto. Después, condujimos por la carretera hasta la casa de los vecinos, tuvimos una agradable charla y troceamos ruibarbo con ella. Al volver a casa, preparé la cena y el postre mientras él preparaba el ruibarbo. Recogí a Guin del trabajo y luego volví a casa. Cenamos todos... etc., etc. ¿Cuántas horas habían pasado? Al parecer, unas seis...

Me quedo sentada en shock. No tengo palabras. Ni siquiera estoy segura de haber tenido emociones. Sólo... shock. ¿Qué puedo decir? No hay nada que decir. Nada en absoluto. No hay palabras que reviertan lo sucedido. Ninguna palabra hará que no lo haya pasado eso. Así que... no digo nada. No estoy segura de quién se movió primero, pero al cabo de un rato los dos nos dirigimos a la sala de la construcción anexa. Él abre la puerta y ahí está. Una inundación digna del Arca de Noé. Tengo el impulso de lanzar un centavo y pedir un deseo. Por favor, por favor, ¡que no sea así! Probablemente hay una pulgada de agua cubriendo el suelo de toda la habitación. En algún momento, le pregunto si nuestra amiga, Willow, podría tener una aspiradora de agua. Mi marido llama y sí, la tienen, y sí, vienen ahora a traerla. Fiona no está segura de que funcione y nos desea lo mejor.

Es una bestia temperamental, que funciona por momentos y luego, de repente, chupa aire como un anciano enfisematoso. Veo que mi marido se frustra cada vez más con la máquina y en más de una ocasión se dedica a golpearla violentamente con su propia caña metálica de succión. Pobre criatura indefensa.

Al final llega el momento de sacar las pesadas y empapadas alfombras. El problema es que la mayor de las alfombras de lana está atrapada bajo las patas de una cómoda. Es bastante fácil de levantar si no fuera por el hecho de que una enorme y vieja televisión está encima de la cómoda. Después de un intento de prueba, me doy cuenta de que no hay forma posible de ayudar a levantarla. Tras una lluvia de ideas, sugiero mover una cómoda de altura similar y simplemente deslizar el televisor. Agarrando algo que está estorbando, le digo que espere un momento mientras lo quito de en medio. Me giro justo a tiempo para ver cómo intenta levantar el televisor por sí solo. Poco a poco empieza a caer hacia él, y el pánico se apodera de nuestros rostros. Salto hacia delante y golpeo con mi cuerpo el televisor, ayudándole a enderezarlo de nuevo pero lesionándome la espalda en el proceso. Fue entonces, esta única vez, cuando perdí la cabeza y le grité. "¿Por qué no escuchas? Podrías haberte hecho daño, joder". Cuando se enteró de mi espalda lesionada, volvió a arremeter contra sí mismo sobre lo estúpido que es.

1:30 AM todavía estamos arrastrando cajas y ropa de cama mojada, colchones, ropa y cuadros de la habitación. Entre respiraciones, proclama en voz alta que debe ser un poco retrasado para haberse alejado y haber olvidado por completo que había dejado el agua corriendo durante más de seis horas. También dice, con un ligero matiz de duda en su voz, que una parte de él espera que quizás yo no esté de acuerdo, que no puede seguir así y que debería dejar de practicar alquimia. Yo no digo nada.

A las 7:30 de la mañana me levanto de nuevo y empiezo a lavar la ropa mojada y la ropa de cama. Miro a mi alrededor... cada centímetro cuadrado de pared desnuda está coloreado con fotos secándose, arte infantil, artículos de periódico que contienen mis únicas copias de trabajos publicados, mis propios bocetos de mis años de instituto y más allá. Aunque la experiencia supuso un enorme trabajo, como todo en la vida, también hubo dones. Qué maravilla revisar todos esos recuerdos en el transcurso de una sola tarde. Tantos pequeños tesoros que había olvidado. Sí, hubo algunas pérdidas, pero no es el fin del mundo. Además, reduje y eso es algo bueno para casi todo el mundo, y especialmente para mí.

Y estoy triste y contenta a la vez. Verás, sé lo importante que es la alquimia para él. No es simplemente un hobby... o una pasión. Es una conexión con el espíritu... es su camino... y sé que, con el tiempo, se encontrará con sus pies saltando sobre esos senderos mercuriales de nuevo... convertido en un Alquimista más centrado y con los pies en la tierra.


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